Existen pocos libros capaces de sacudir nuestra existencia y nuestra visión del mundo hasta sus niveles más hondos, pues sus implicaciones son tales que, de ser aceptadas, transformarían nuestra concepción sobre el papel del hombre en la Tierra o, en el caso de El molino de Hamlet, sobre las historias que desde hace milenios se han contado los hombres para narrar e intentar comprender su paso por ella. La tesis de los autores es tan sencilla como inquietante: todas las tradiciones orales mitológicas, que con el tiempo serían recogidas y fijadas por la escritura para dar paso a las imponentes obras fundacionales que leemos hasta nuestros días, proceden de una rigurosa observación astronómica realizada por las culturas más diversas de la Tierra. Los hombres arcaicos, anteriores a la escritura y al pensamiento que actualmente conocemos como lógico, narraron los movimientos y las historias de los astros y del recorrido de nuestro planeta, fijando con ello el corpus esencial de historias que seguimos reciclando y recontando de maneras infinitas hasta nuestros días. De ese modo, encontramos arquetipos recurrentes que aparecen una y otra vez en culturas tan alejadas en el tiempo y el espacio que sería del todo inverosímil conjeturar que hubieran sido transmitidos de unas a otras. Figuras como Hamlet, Sansón, el diluvio universal, las constelaciones con formas animales que configuran el zodíaco y, de manera crucial, la figura del molino que pone en marcha el tiempo, «eternidad en movimiento», son tan sólo algunos de los elementos comunes a una gran multiplicidad de narrativas mitológicas, unidas por ese anhelo tan humano que ni toda la ciencia ni la tecnología contemporáneas han logrado satisfacer: encontrar algunos elementos que sirvan de guía para comprender el fascinante enigma que constituye la existencia del cosmos como un todo, así como el misterio que sugiere esa ínfima fracción del todo que es el ser humano, y sus andanzas en el planeta Tierra.

El molino de Hamlet: los orígenes del conocimiento humano y su transmisión a través del mito

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Existen pocos libros capaces de sacudir nuestra existencia y nuestra visión del mundo hasta sus niveles más hondos, pues sus implicaciones son tales que, de ser aceptadas, transformarían nuestra concepción sobre el papel del hombre en la Tierra o, en el caso de El molino de Hamlet, sobre las historias que desde hace milenios se han contado los hombres para narrar e intentar comprender su paso por ella. La tesis de los autores es tan sencilla como inquietante: todas las tradiciones orales mitológicas, que con el tiempo serían recogidas y fijadas por la escritura para dar paso a las imponentes obras fundacionales que leemos hasta nuestros días, proceden de una rigurosa observación astronómica realizada por las culturas más diversas de la Tierra. Los hombres arcaicos, anteriores a la escritura y al pensamiento que actualmente conocemos como lógico, narraron los movimientos y las historias de los astros y del recorrido de nuestro planeta, fijando con ello el corpus esencial de historias que seguimos reciclando y recontando de maneras infinitas hasta nuestros días. De ese modo, encontramos arquetipos recurrentes que aparecen una y otra vez en culturas tan alejadas en el tiempo y el espacio que sería del todo inverosímil conjeturar que hubieran sido transmitidos de unas a otras. Figuras como Hamlet, Sansón, el diluvio universal, las constelaciones con formas animales que configuran el zodíaco y, de manera crucial, la figura del molino que pone en marcha el tiempo, «eternidad en movimiento», son tan sólo algunos de los elementos comunes a una gran multiplicidad de narrativas mitológicas, unidas por ese anhelo tan humano que ni toda la ciencia ni la tecnología contemporáneas han logrado satisfacer: encontrar algunos elementos que sirvan de guía para comprender el fascinante enigma que constituye la existencia del cosmos como un todo, así como el misterio que sugiere esa ínfima fracción del todo que es el ser humano, y sus andanzas en el planeta Tierra.