Gustave Flaubert
Bouvard y Pécuchet
El Cuenco de Plata

Páginas: 320
Formato: 23x16x2
Peso: 0.4 kgs.
ISBN: 9789873743627

Las negligencias o desdenes o libertades del último Flaubert han desconcertado a los críticos; yo creo ver en ellas un símbolo. El hombre que con Madame Bovary forjó la novela realista fue también el primero en romperla. Chesterton, apenas ayer, escribía: ?La novela bien puede morir con nosotros?. El instinto de Flaubert presintió esa muerte, que ya está aconteciendo ?¿no es el Ulises, con sus planos y horarios y precisiones, la espléndida agonía de un género??, y en el quinto capítulo de la obra condenó las novelas ?estadísticas o etnográficas? de Balzac y, por extensión, las de Zola. Por eso, el tiempo de Bouvard et Pécuchet se inclina a la eternidad; por eso, los protagonistas no mueren y seguirán copiando, cerca de Caen, su anacrónico Sottisier, tan ignorantes de 1914 como de 1870: por eso, la obra mira, hacia atrás, a las parábolas de Voltaire y de Swift y de los orientales y, hacia adelante, a las de Kafka. Hay, tal vez, otra clave. Para escarnecer los anhelos de la humanidad, Swift los atribuyó a pigmeos o a simios; Flaubert, a dos sujetos grotescos. Evidentemente, si la historia universal es la historia de Bouvard y de Pécuchet, todo lo que la integra es ridículo y deleznable. Jorge Luis Borges

Bouvard y Pécuchet

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Gustave Flaubert
Bouvard y Pécuchet
El Cuenco de Plata

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Las negligencias o desdenes o libertades del último Flaubert han desconcertado a los críticos; yo creo ver en ellas un símbolo. El hombre que con Madame Bovary forjó la novela realista fue también el primero en romperla. Chesterton, apenas ayer, escribía: ?La novela bien puede morir con nosotros?. El instinto de Flaubert presintió esa muerte, que ya está aconteciendo ?¿no es el Ulises, con sus planos y horarios y precisiones, la espléndida agonía de un género??, y en el quinto capítulo de la obra condenó las novelas ?estadísticas o etnográficas? de Balzac y, por extensión, las de Zola. Por eso, el tiempo de Bouvard et Pécuchet se inclina a la eternidad; por eso, los protagonistas no mueren y seguirán copiando, cerca de Caen, su anacrónico Sottisier, tan ignorantes de 1914 como de 1870: por eso, la obra mira, hacia atrás, a las parábolas de Voltaire y de Swift y de los orientales y, hacia adelante, a las de Kafka. Hay, tal vez, otra clave. Para escarnecer los anhelos de la humanidad, Swift los atribuyó a pigmeos o a simios; Flaubert, a dos sujetos grotescos. Evidentemente, si la historia universal es la historia de Bouvard y de Pécuchet, todo lo que la integra es ridículo y deleznable. Jorge Luis Borges